1- Crisis y fuga.
Exiliado económico, llegué de mi Buenos Aires Querido a buscarme la vida en la Madre Patria. Con la moral por el suelo tras el impacto de una extraña crisis institucional y no sé cuántos años de recesión.
Llegué asqueado de tanto problema del que era ajeno pero afectado. Desregulación de los mercados, apertura económica, flexibilidad laboral, corrupción institucional (conocida de sobra, pero sin remedio), destrucción de la clase media, desmembramiento del tejido industrial y un largo etcétera.
Realmente tenía ganas de borrar todos mis recuerdos y volver a nacer en éste, el país que elegí para seguir con mi vida. Fue tal la desconexión que desconozco en detalle qué ocurrió en los años 2002 y 2003 a nivel político en Argentina. Tengo entendido que hubo tantos presidentes en ese período como en la segunda mitad del siglo XX. Quizás es exagerado, pero bueno, sé que fueron muchos.
Al llegar estuve unos días en Madrid en uno de los famosos International Hostelling “albergues para la juventud”, donde conoces gente viajera de todo el mundo. Ahí me dieron el dato de un mesón donde se come muy bien y barato. Allí me dirigí.
Acostumbrado a la entrada y plato principal, lo primero que me sorprendió fue lo de los dos platos principales. Pedí una copa de vino tinto y me pusieron una botella en la mesa. Asustado por tener que pagarla, ya que mi presupuesto no era muy holgado, le dije al mesero que sólo quería una copa.
A lo que respondió -Bebe tranquilo, niño. Está incluido en el menú.
Y por eso de “donde vayas has lo que veas”, no me negué y cogí un ligero mareo con la comida. Al salir hacía bastante frío, pero brillaba el Sol, estaba bien comido, bebido y abrigado._ Me voy de paseo-pensé- a ver comercios y conocer un poco la ciudad. Mi misión esos días era aprender cómo es España y así prepararme a lo que se venía. Fue ahí cuándo llegó la otra sorpresa: la hora de la siesta. No podía creerlo. Todo cerrado. Criado en una megapolis que nunca duerme, cuesta entender cómo es que una capital europea hace una pausa a media tarde.
Al otro día, sabiendo qué ocurre después de la comida y siguiendo con la premisa de “donde fueras, has lo que vieras”, al salir del mesón volví al hostal a descansar. Aunque lo de la costumbre sólo duró esos días, en que tenía necesidad de pisar tierra, superar el jet-lag, tomar un respiro y pensar qué hacer. Fue el momento de transición a una vida nueva que realmente desconocía. El encontrarme sólo en un lugar lejano y con total incertidumbre sobre qué pasaría fue emocionante, pero un tanto abrumador. Dejar el pasado atrás, como a un joven amigo que entierras cuando empieza su vida, no es nada fácil. Es un proceso que tal vez nunca termine, pero del que se aprende cada día.
En ese momento empezó a moverme la ansiedad y las ganas de saber que ocurriría con el resto de mi vida.
Fueron tres ó cuatro días en la capital y viajé rumbo a Tenerife, donde me esperaba mi amigo del colegio secundario, Jorge.
_ Un billete a Tenerife Sur para esta semana. Sólo ida, por favor.
2- Educación de llegada
En la isla encontré un grupo humano muy interesante. Jorge tenía bien montado su microclima. Todos amigos y amigas de España y Marruecos.
Cada uno de un lugar diferente, Galicia, Bilbao, Málaga, Rabat, y una historia particular con su peculiar perspectiva inmigratoria. A su manera me fueron dando pistas de cómo es esto y cómo proceder. Es muy típico de argentinos llegar a tierras lejanas pensando que somos los mejores del mundo y con una pedantería que no gusta nada y por la que nos rechazan.
Tuve la enorme suerte de ser adiestrado al llegar.
Tenerife y las demás islas que constituyen el archipiélago canario, tienen la triste fama de ser las costas receptoras de pateras y cayucos con inmigrantes africanos, que llegan en peores condiciones que las que me tocó vivir. Muchos son devueltos al llegar ó devorados por el océano sin que alguien se entere. Es muy duro lo que hace esa gente en busca de un futuro mejor. En sus pueblos de origen se elige al mejor educado y más apto para la travesía. Se junta dinero entre todos y lo dejan ir, con la esperanza de que cuando la vida le vaya mejor en Europa, pueda enviar remesas con las que compensar a su pueblo. De los devorados no hay noticias. De los que interceptan y rapatrian tampoco. Es una deshonra terrible fracasar en semejante encomienda, por lo que no pueden volver a sus lugares de origen.
Saber de primera mano toda esta historia fue revelador. En la televisión la cuentan diferente. Pero no voy a hacer referencia al Homo-Videns y la sociedad teledirigida de Giovanni Sartori. Eso merece un ensayo aparte.
De entre los amigos había una historia que recuerda a Romeo y Julieta. Él español, católico. Ella sahariana, musulmana. Su familia emigró de Sahara Occidental, que es un territorio ocupado por Marruecos desde los años 70. Allí las condiciones son muy malas. Viven en tiendas de campaña, en campos de refugiados en medio del desierto, bajo el mando militar marroquí.
Pese al exilio y tener que amoldarse a la vida en España, su familia conserva sus costumbres musulmanas y no aceptan que ella tenga como pareja a un infiel. Pero ellos se aman.
Alguna vez hemos hecho planes encubiertos para que se puedan ver, en los que he participado con una mezcla de orgullo y picardía, por ayudar a una pareja de amigos a burlar al statu quo.
Lamentablemente y pese al buen recibimiento y aceptación que tuve con la gente de la isla, no pude conseguir trabajo por no tener mi documentación en regla. Al ser un pequeño territorio delimitado por costas y con tanto inmigrante llegando en bote, el control es exhaustivo e imposible trabajar sin permiso legal.
Entonces un día decidí que tenía que seguir camino. En Tenerife estaba gastando los últimos dólares que me había traído y seguía en una isla al norte de África con economía europea. Tenía ganas de caminar y buscarme la vida en España peninsular. No recuerdo por qué, pero me decidí por Málaga. Compré otro billete de avión. Sólo ida.
En el viaje ocurrió algo curioso. El avión era un charter que hacía la ruta: Tenerife- Málaga- Tel Aviv. Yo bajaba en Málaga. Pero me equivoqué al embarcar, y por eso de hacerlo rápido, hice la cola de los que iban a Israel, y me sellaron la salida en el pasaporte. Entonces, al llegar a Málaga, bajé, cogí mi mochila y me dirigí a la salida. Pero en el control revisaron mi pasaporte. Terminé en la comisaría del aeropuerto dando explicaciones y demostrando que soy un chico bueno que sólo está paseando por España. Me volvieron a sellar el pasaporte y todos en paz.
(continuará...)
JFCI.-
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